Volví a escribir
por una extraña pero profunda necesidad de querer encontrarme, de querer
encontrar a otros. Tanto han cambiado las cosas, la gente y yo mismo desde la
última vez que poco recordaba lo bien que me sentía haciéndolo.
¿Y ahora qué? ¿Qué
querés decirte? Tenés la hoja en blanco para vos solo, ¿qué vas a hacer?
Comienza el diálogo introspectivo siempre como un reto. Yo y yo, nadie más,
nada más. Me hablo y me respondo, me muevo, me miro, gesticulo.
Gran parte de las ideas
que sentía susurrar en mi cerebro se escapan y no vuelven. Qué lástima. Pero
siempre hay una, siempre queda una, que tras abrirse paso entre los órganos
fecunda el alma para que mis dedos comiencen a tejer letra a letra cada palabra.
Y al final observo
detenidamente los retazos que pintan de negro la hoja en blanco y me puedo ver,
me leo y por fin me puedo entender. Todo ha cambiado pero sigo ahí. Soy el que
quiero ser, el que algún día seré y el que desde que recuerdo siempre soñé con
ser.
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