lunes, 30 de marzo de 2009

Reflexiones Nocturnas Sobre Un Puente

“Las ciudades son el abismo de la especie humana”.
Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Filósofo francés.


La noche es agradable y el ambiente se encuentra un poco húmedo. Después de la lluvia el asfalto se ha llenado de charcos de todos los tamaños. Al bajarme del bus intento caminar con cuidado para no empantanarme tratando siempre de evitar que el agua del suelo se cole entre las suelas de mis tenis. Es miércoles y ya son las 9:30 p.m. el cansancio del entrenamiento de polo acuático intenta vencerme pero no tengo mucho afán de llegar a la casa, no me quiero encerrar tan rápido.

Subo despacio el puente al puente de la 80, escala por escala, tomándome el tiempo para respirar la frescura momentánea que deja la lluvia al caer sobre la ciudad. La noche está hermosa, quizás no me caería mal disfrutarla un poco.La panorámica que tengo desde acá arriba no es gran cosa, nada de lo que veo me sorprende. Las luces de los postes de energía se reflejan en el agua y los automóviles pasan con rapidez. Mi mente comienza divagar entre el oscuro paisaje que brinda el asfalto, mientras, siento que me voy perdiendo entre las estiradas formas de la calles. A esta hora la ciudad es otra. Parece tan cansada como yo. A pesar de las tenues luces que la iluminan yo se que está apagada, está fría. Todos se refugian pues le temen a lo que no pueden ver. Piensan que de pronto no es muy seguro caminar a esta hora por acá cerca, más aún sabiendo que hay una canalización a unas cuantas cuadras.

Trato de mirar todo alrededor, no quiero dejar escapar detalle alguno. Mis ojos se detienen en los grafitis que están por doquier. Son como gritos de gente anónima que necesitan expresar su esencia y que quedan plasmados con pintura de aerosol sobre cualquier superficie imaginable. Distintas formas y distintas frases evidencian a lo que se le quiere dar trascendencia. Son signos casi revolucionarios en una ciudad que termina por encasillar a sus habitantes en monótonas rutinas de vida.

Un estornudo detiene mis profundas reflexiones y una viscosa flema se atasca en la mitad de mi garganta. Hago un esfuerzo por ayudarla a salir, la moldeo con mi lengua y sin pensarlo dos veces la dejo caer sin piedad desde lo más alto del puente hasta que golpee con la calle y se pierda en algún charco. Estoy algo enfermo, una simple gripa. Tal vez la ciudad también está enferma. El cemento la enfermó. El vivir tan juntos nos hace daño. Pareciera que todos fuéramos hacia el mismo lado sin pensar hacia realmente para dónde vamos y porqué.

Vuelvo a estornudar pero esta vez no hay flemas. Mi nariz se detiene en un agradable y psicodélico olor: marihuana. Deben de estar fumándose un “porro” en el morro aquí al lado del puente. Dirijo mi mirada hacia donde me guía mi nariz. Solo se alcanzan a ver unas cuantas sombras tenuemente iluminadas por un poste de luz. Lentamente va rotando entre ellas un punto rojo y de sus bocas se escapa un espeso humo blanco.

Creo que ellos están más cuerdos que nosotros. No por el hecho de estar fumando Ganja, sino porque son de las pocas personas que se toman un momento para respirar la ciudad y para verla con otros ojos. Un instante para no andar con los afanes del reloj y vivir a Medellín por fuera de la rutina de la que todos somos esclavos. Sentarse a disfrutar del asfalto, del grafiti, de la oscuridad, de la humedad, de los olores, de las luces. Sentarse a pensar hacia dónde vamos y porqué.

El sueño intenta vencerme y me dice que ya es hora de irme. Además las piernas ya están algo entumecidas por el frío de la noche y el estomago da unos pequeños alaridos de hambre. Me levanto y continúo el camino hacia la casa. Me va a tocar bajar por la canalización como siempre pero yo no tengo miedo. No es valentía porque tampoco son tan guevón. Pero si intento tirar un poco más de relajo. Simplemente no quiero andar con miedo por las calles que recorro a diario, ya estoy enfermo y no quiero enfermarme con el cemento.

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